lunes, 4 de septiembre de 1995

Cuando el monte se quema...

Artículo de opinión del autor publicado en el diario "Expansión"

Los incendios han vuelto a arrasar miles de hectáreas de nuestros bosques. Es uno de esos tristes espectáculos que uno no quisiera ver y sí, en cambio, ignorar, por lo tienen de trágico, de destrucción llevada hasta el limite de lo desgarrador; de que no va a tener solución ya, y si la tiene habrá que dejar transcurrir años. El bosque es rico y aco­gedor, pero frágil, vul­nerable e inflamable. Parece que el ser humano ya se ha olvidado de que gracias a la riqueza de los bosques ha sobrevivido hasta nuestros días. Aún a riesgo de ser reiterativo por lo muchas veces dicho, no debemos olvidar que un incen­dio provoca:
  • Más calor pues, al elimi­narse el arbolado que da sombra, desaparecen los microclimas del suelo que retienen la humedad.
  • Vientos más uracanados y menor escorrentía ante las tor­mentas, al no haber masa arbórea ni manto vegetal que los mitigue.
  • Más erosión y desertiza­ción, al quemarse el manto vegetal.
  • Más contaminación, pues las tormentas arrastran las tierras calcinadas que contami­nan los arroyos.
  • Más impactos ambientales: destrucción del paisaje, polvo y ruidos.
  • Menos pastos y, por lo tan­to, mayores costes por compra de alimento para la ganadería.

Los factores que inciden fundamentalmente en la existencia de los incendios forestales son:
  1. La maleza, muy propicia a la combustión, que ha llenado los bosques al dejar de ser ren­table la explotación forestal (se­gún un informe del Senado).
  2. La estructura de las masas forestales, por realizarse repo­blaciones con vistas más a una productividad maderera rápida que, con fines ambientales. Se utilizaron especies de creci­miento rápido (eucaliptos y pinos) que, además, se planta­ron excesivamente próximas unas a otras, frente a especies más evolucionadas y poco favo­recedoras del fuego (robles, encinas, castaños, etc.).
  3. Los facto­res meteorológicos que cíclicamente crean situaciones propicias para el fuego.

El heroísmo no basta

En cuanto a los factores cau­santes, el hombre, con un noven­ta y uno por ciento de los casos, es el gran culpable (quemas incontroladas, colillas, etc.). Solamente un nueve por ciento de los incendios forestales se deben a causas naturales (rayos, etc.). No hablemos aquí de la canallada de los incendios inten­cionados por váya­se a saber qué oscuras razones imperdonables. Existe, por for­tuna, un claro afán de ayudar a la extinción. Ahora bien poco se conseguirá con carteles, con esloganes, con campañas bien intencionadas y con la incorpo­ración de nuevos grupos de ayu­da e incluso de heroísmo. Dicen los técnicos que no bas­ta. Y no basta ni bastará mien­tras las colillas siguen siendo arrojadas sobre el campo reseco, el fuego de la comida campera a medio apagar quede como un indicativo de una excursión despreocupada, el labrador queme con desenfado los rastrojos de sus fincas, etcétera.


Brigadas forestales

La época estival es tremenda y esperada con preocupación y con medidas preventivas, que en algunos casos nada o muy poco pueden hacer contra una pro­pagación vertiginosa o un viento feroz, como el caso del incendio de Somosierra, en Madrid.  Pero en otros casos lo que está claro es que tan importante es la rapi­dez de llegar al lugar incendiado como saber apagarlo. Los mejo­res medios de apagar incendios son los batefuegos y el cono­cimiento del terreno, y ésa es misión de las agrupaciones forestales.  Los bomberos, aun­que son buenos profesionales, tardan mucho en llegar a las zonas rurales afec­tadas y no conocen bien el terreno. Con ello no se les está descartando, ni tampoco a los demás servicios; cuantos más, mejor. En 1986 el municipio de Ferrol puso en marcha la Agru­pación de Voluntarios de Pro­tección Civil, formada por jóvenes equipados con vehículos, teléfonos móviles, y batefuegos, que en los meses de verano patrullaban constantemente. Evitaron que en los veranos de 1986 y de 1987 se registrasen incen­dios de importan­cia. Por su prepa­ración sabían corno actuar rápidamente y con efectividad ante los conatos de incendio, y si el fuego se pro­pagaba buscaban la ayuda las brigadas forestales radicadas en las aldeas del municipio. Aunque la zona es más húmeda que otras partes del país, sin embar­go Ferrol tiene una gran masa forestal, y en los años previos a la creación de la citada agru­pación se habían producido grandes incendios. Desconozco lo que habrá sido de la misma, pero el ejemplo puede servir para otras zonas de España.

Se debería fomentar la eliminación de la maleza, median­te el pago de un canon a los propietarios por hectárea de bosque limpio. En los bosques de propiedad estatal podrían contratarse personas en paro que contribuyesen, año tras año, a mantener limpio el bosque, realizar cortafuegos y abrir los caminos ya existentes que hubie­ran quedado fuera de uso. Tam­bién sería idóneo promover plantaciones con árboles autóc­tonos, separados entre sí a dis­tancias adecuadas, tanto en los montes públicos como en los pri­vados (pagando un canon a los propietarios por árbol autócto­no plantado). Todavía no sería suficiente, pero se habría recorrido un gran camino para atajar la invasión de los incendios.

 

Pérdidas

Las cifras de pérdidas que normalmente se publican, corresponden a las pér­didas de lo tangible. Sin embar­go, hay otras pérdidas que no se pueden valorar (las pérdidas intangibles). Son difícilmente cuantificables los beneficios que reportan las correctas actuaciones con el paisaje y los procesos ecológicos. Sería complejo poner precio a la limpieza del aire, la con­servación de especies tanto vegetales como animales, la regulación de las temperaturas y del caudal de los ríos, la con­servación de los pastos, etc. Pero, indudablemente, tiene un valor que, aunque no se puede tasar, es un ahorro para el bie­nestar futuro. La vigilancia y la prudencia deben estar en pri­mera fila ante el fantasma tre­mendo de los incendios fores­tales. Colaboraremos todos para que "algo nuestro no se queme".