jueves, 27 de marzo de 1997

Conciencia del subdesarrollo

Artículo de opinión del autor publicado en el diario "Expansión"


El título responde a un libro que publicó J. L. Sampedro en 1972. Ahora éste es reproducido en la primera parte de un nuevo libro, ampliado con una segunda parte del catedrático Carlos Berzosa, bajo el mismo titulo pero con el añadido de "veinticinco años después". Sampedro exponía con gran maestría la situación de pobreza marginada y permanente en que vivía, en aquel entonces, la mayor parte de la humanidad. El contenido es actualizado con gran destreza y claridad por Berzosa, corroborando que la situación de hace veinticinco años no sólo se ha mantenido sino que se ha agravado, y que las predicciones realizadas por el primero desgraciadamente se han cumplido.

Sampedro describía como la tendencia del foso que separaba a los pobres de los ricos se agrandaba, y como las desigualdades no se manifestaban solamente entre naciones, sino que dentro de cada una de ellas la distribución del ingreso era también hondamente desigual. Como un grito de protesta, manifestaba: "No se es ignorante ni enfermo porque se quiere, a poco que se ofrezcan oportunidades para evitar esos males". Su mente preclara vaticinó tempranamente la correlación entre el deterioro medioambiental y desarrollismo especulativo. Un recorrido detallado a través de la escasez del capital, el mercado deficiente, los desequilibrios monetarios, la dependencia exterior y el dualismo interno de los países subdesarrollados, le llevaba a concluir que la única base cierta para una paz duradera exige, entre otras cosas, que los países pudieran disfrutar de seguridad económica y social. Denunciaba como los países ricos ignoraban cualquier plan de desarrollo, propuesto por ellos mismos, para ayudar al Tercer Mundo: "Parece que la prosperidad tiende a crear en los individuos y en las naciones una actitud de apatía, sino de in­diferencia, hacia el bienestar de los demás".

Feminización de la pobreza

Veinticinco años después, Berzosa corrobora en el tiempo las ideas vertidas por Sampe­dro, ya que los niveles de po­breza y desnutrición alcanzan tintes dramáticos, así como la progresiva feminización de la pobreza (un tercio de los adul­tos en los países subdesarrolla­dos es analfabeto, y de esta ci­fra, dos tercios son mujeres). La distancia entre las personas ricas y pobres se ha elevado de 60 a 1 a 140 a 1, según el reciente Programa de las Naciones Uni­das para el Desarrollo. Un 80% de la riqueza la posee un 20% de la población mundial, que además es la que más conta­mina. Las multinacionales con­trolan el 70% de las materias primas y el 80% de las tierras de cultivo. El libro se muestra más convincente a la hora de concienciar que a la hora de sus­citar adhesiones a un implícito programa. Manifiesta que el de­senfrenado consumismo ha es­quilmado los océanos, extingui­do muchas especies animales, agotado la capa de ozono y cam­biado el clima, entre otros deterioros. A juicio de este autor, el capitalismo también está en crisis (no hace diferencia entre los dos modelos existentes: re­nano y anglosajón) ya que los países ricos comienzan a sufrir la precariedad del empleo, el paro tecnológico el aumento de las desigualdades.

Mano de obra

La ONU acaba de desvelar que en el mundo trabajan 400 millones de niños. Mano de obra barata que no protesta, y que obliga a competir a sus padres por los mismos puestos (en al­gunos países europeos comien­za a imponerse el uso de eti­quetas que certifican la ética de los productos). UNICEF ha cal­culado que costaría unos 780.000 millones de pesetas anuales escolarizar a los niños del mundo antes del 2000. Esto equivale al uno por ciento del gasto mundial en armamento, o al siete por ciento del gasto mundial en productos para adelgazar. Berzosa apunta que las con­diciones de miseria y la repro­ducción de la pobreza han pro­vocado y están generando con­tinuamente acontecimientos dramáticos en los países sub­desarrollados. Y aunque no cita casos, todos tenemos presentes fenómenos recientes asombro­sos (que se agudizarán en la me­dida que el foso se vaya agran­dando), de una crueldad atroz: las guerras de Chechenia y de la antigua Yugoslavia, las diver­sas del Islam, el conflicto del Zaire, el terrorismo, etcétera. Guerras y atentados originados por los fanatismos y los odios raciales, pero todos ellos fruto del hambre y la incultura.

En parte del mundo desarro­llado, el aumento de la adoración al becerro de oro y al di­nero, y la exaltación de los triunfadores (los capaces de ganar dinero rápidamente y con fa­cilidad), contrasta fuertemente con el descontento de una gran parte de los ciudadanos que al­zan sus voces a favor de los pobres (Plataforma del 0’7, ONGs, etc.) y del medio ambiente (organizaciones ecologis­tas, de conserva­ción de los anima­les, de conservación de la naturaleza, etc.). La cultura de la satisfacción es rea­cia a cambios estructurales, y aunque cada vez son más los que protestan contra el hambre y la pobreza, sin embargo, to­davía estos no representan nin­guna fuerza. La contaminación ambiental se traduce en una alteración desfavorable de nuestro entor­no. Los trastornos psíquicos producidos por la polución atmosférica, el ruido, la conges­tión del tráfico y el excesivo vo­lumen de edificabilidad aumentan la agresividad de los seres humanos. En las grandes ciu­dades se respira, oye y ve cada vez peor. Como escribió un amante de la naturaleza "nin­guna otra criatura ha sido capaz de ensuciar su nido en tan corto plazo como el hombre".

Hasta fechas recientes, los expertos de todos los organis­mos mundiales defendían la primacía de la empresa sobre los intereses sociales, dentro de un contexto de globalización. Se­gún su teoría, ésto produciría un aumento del nivel de vida mundial, un avance de los paí­ses tercermundistas, y una so­ciedad más justa. La realidad resultó bastante distinta (tal y como apuntaba Sampedro), y actualmente están reconocien­do los estragos sociales y eco­nómicos causados por el interés individual y empresarial sobre el bien común. Sampedro in­dicaba como alternativa la construcción de una sociedad más justa, y Berzosa, aunque afirma que el capitalismo está caduco, reconoce que "dentro del sistema es posible encontrar vías hacia el desarrollo".  Ambas conclusiones apuntan implícitamente en la misma di­rección: la necesidad de estu­diar fórmulas para que los Es­tados puedan corregir, en lo po­sible, las imperfecciones del mercado. Posteriormente a la terminación del libro se produ­jo un hecho que puede ser trans­cendental, los economistas Bru­no y Squire del Banco Mundial han afirmado, contrariamente a la tesis que durante años de­fendieron: "La distribución equitativa de la riqueza es el único camino para ayudar al crecimiento económico y a la reducción de la pobreza”. Así, pues, el tiempo les ha dado la razón, al primero veinticinco años después y al segundo me­ses más tarde.

Giro radical
Antes que un problema eco­nómico es un problema social y político, como indican los au­tores del libro. Un mundo con futuro en el cuál, la economía esté en equilibrio con la eco­logía y la propia humanidad, y el género humano esté en ar­monía con la naturaleza, no es algo inalcanzable. Pero para ello, las relaciones de los países ricos con los países subdesarro­llados y con el medio ambiente han de sufrir un giro radical. La conciencia (palabra que uti­lizaron en el título) junto con la educación, forma parte de ese giro: por lo que la formación de los más jóvenes, en este sen­tido, es un reto al que no po­demos permanecer ajenos. Un sueño utópico pero posible, se­gún Sampedro, que deseaba "una España donde lo que im­pere sea el libro y el pan, la tolerancia y la comprensión. Al­go, de lo que la mayoría de nues­tros más poderosos políticos no son capaces, o no quieren ver".