Artículo de opinión del autor publicado en el diario "Expansión"
El título responde a un libro que
publicó J. L. Sampedro en 1972. Ahora éste es reproducido en la primera parte
de un nuevo libro, ampliado con una segunda parte del catedrático Carlos Berzosa,
bajo el mismo titulo pero con el añadido de "veinticinco años después".
Sampedro exponía con gran maestría la situación de pobreza marginada y
permanente en que vivía, en aquel entonces, la mayor parte de la humanidad. El
contenido es actualizado con gran destreza y claridad por Berzosa, corroborando
que la situación de hace veinticinco años no sólo se ha mantenido sino que se
ha agravado, y que las predicciones realizadas por el primero desgraciadamente
se han cumplido.
Sampedro
describía como la tendencia del foso que separaba a los pobres de los ricos se
agrandaba, y como las desigualdades no se manifestaban solamente entre
naciones, sino que dentro de cada una de ellas la distribución del ingreso era
también hondamente desigual. Como un grito de protesta, manifestaba: "No
se es ignorante ni enfermo porque se quiere, a poco que se ofrezcan
oportunidades para evitar esos males". Su mente preclara vaticinó
tempranamente la correlación entre el deterioro medioambiental y desarrollismo
especulativo. Un recorrido detallado a través de la escasez del capital, el
mercado deficiente, los desequilibrios monetarios, la dependencia exterior y el
dualismo interno de los países subdesarrollados, le llevaba a concluir que la
única base cierta para una paz duradera exige, entre otras cosas, que los
países pudieran disfrutar de seguridad económica y social. Denunciaba como los
países ricos ignoraban cualquier plan de desarrollo, propuesto por ellos
mismos, para ayudar al Tercer Mundo: "Parece que la prosperidad tiende a
crear en los individuos y en las naciones una actitud de apatía,
sino de indiferencia, hacia el bienestar de los demás".
Feminización de la pobreza
Veinticinco años después, Berzosa corrobora en el tiempo las ideas
vertidas por Sampedro, ya que los niveles de pobreza y desnutrición alcanzan
tintes dramáticos, así como la progresiva feminización de la pobreza (un tercio
de los adultos en los países subdesarrollados es analfabeto, y de esta cifra,
dos tercios son mujeres). La distancia entre las personas ricas y pobres se ha
elevado de 60 a 1 a 140 a 1, según el reciente Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo. Un 80% de la riqueza la posee un 20% de la población
mundial, que además es la que más contamina. Las multinacionales controlan el
70% de las materias primas y el 80% de las tierras de cultivo. El libro se
muestra más convincente a la hora de concienciar que a la hora de suscitar
adhesiones a un implícito programa. Manifiesta que el desenfrenado consumismo
ha esquilmado los océanos, extinguido muchas especies animales, agotado la
capa de ozono y cambiado el clima, entre otros deterioros. A juicio de este
autor, el capitalismo también está en crisis (no hace diferencia entre los dos
modelos existentes: renano y anglosajón) ya que los países ricos comienzan a
sufrir la precariedad del empleo, el paro tecnológico el aumento de las
desigualdades.
Mano de obra
La ONU acaba
de desvelar que en el mundo trabajan 400 millones de niños. Mano de obra barata
que no protesta, y que obliga a competir a sus padres por los mismos puestos
(en algunos países europeos comienza a imponerse el uso de etiquetas que
certifican la ética de los productos). UNICEF ha calculado que costaría unos
780.000 millones de pesetas anuales escolarizar a los niños del mundo antes del
2000. Esto equivale al uno por ciento del gasto mundial en armamento, o al
siete por ciento del gasto mundial en productos para adelgazar. Berzosa apunta
que las condiciones de miseria y la reproducción de la pobreza han provocado
y están generando continuamente acontecimientos dramáticos en los países subdesarrollados.
Y aunque no cita casos, todos tenemos presentes fenómenos recientes asombrosos
(que se agudizarán en la medida que el foso se vaya agrandando), de una
crueldad atroz: las guerras de Chechenia y de la antigua Yugoslavia, las diversas
del Islam, el conflicto del Zaire, el terrorismo, etcétera. Guerras y atentados
originados por los fanatismos y los odios raciales, pero todos ellos fruto del
hambre y la incultura.
En parte del mundo desarrollado, el aumento de la adoración al
becerro de oro y al dinero, y la exaltación de los triunfadores (los capaces
de ganar dinero rápidamente y con facilidad), contrasta fuertemente con el
descontento de una gran parte de los ciudadanos que alzan sus voces a favor de
los pobres (Plataforma del 0’7, ONGs, etc.) y del medio ambiente (organizaciones
ecologistas, de conservación de los animales, de conservación de la
naturaleza, etc.). La cultura de la satisfacción es reacia a cambios
estructurales, y aunque cada vez son más los que protestan contra el hambre y
la pobreza, sin embargo, todavía estos no representan ninguna fuerza. La
contaminación ambiental se traduce en una alteración desfavorable de nuestro
entorno. Los trastornos psíquicos producidos por la polución atmosférica, el
ruido, la congestión del tráfico y el excesivo volumen de edificabilidad
aumentan la agresividad de los seres humanos. En las grandes ciudades se
respira, oye y ve cada vez peor. Como escribió un amante de la naturaleza
"ninguna otra criatura ha sido capaz de ensuciar su nido en tan corto
plazo como el hombre".
Hasta fechas
recientes, los expertos de todos los organismos mundiales defendían la primacía
de la empresa sobre los intereses sociales, dentro de un contexto de
globalización. Según su teoría, ésto produciría un aumento del nivel de vida
mundial, un avance de los países tercermundistas, y una sociedad más justa.
La realidad resultó bastante distinta (tal y como apuntaba Sampedro), y
actualmente están reconociendo los estragos sociales y económicos causados
por el interés individual y empresarial sobre el bien común. Sampedro indicaba
como alternativa la construcción de una sociedad más justa, y Berzosa, aunque
afirma que el capitalismo está caduco, reconoce que "dentro del sistema es
posible encontrar vías hacia el desarrollo". Ambas conclusiones apuntan
implícitamente en la misma dirección: la necesidad de estudiar fórmulas para
que los Estados puedan corregir, en lo posible, las imperfecciones del
mercado. Posteriormente a la terminación del libro se produjo un hecho que
puede ser transcendental, los economistas Bruno y Squire del Banco Mundial
han afirmado, contrariamente a la tesis que durante años defendieron: "La
distribución equitativa de la riqueza es el único camino para ayudar al
crecimiento económico y a la reducción de la pobreza”. Así, pues, el tiempo les
ha dado la razón, al primero veinticinco años después y al segundo meses más
tarde.
Giro radical
Antes que un problema económico es un problema social y político,
como indican los autores del libro. Un mundo con futuro en el cuál, la
economía esté en equilibrio con la ecología y la propia humanidad, y el género
humano esté en armonía con la naturaleza, no es algo inalcanzable. Pero para
ello, las relaciones de los países ricos con los países subdesarrollados y con
el medio ambiente han de sufrir un giro radical. La conciencia (palabra que utilizaron
en el título) junto con la educación, forma parte de ese giro: por lo que la
formación de los más jóvenes, en este sentido, es un reto al que no podemos
permanecer ajenos. Un sueño utópico pero posible, según Sampedro, que deseaba
"una España donde lo que impere sea el libro y el pan, la tolerancia y la
comprensión. Algo, de lo que la mayoría de nuestros más poderosos políticos
no son capaces, o no quieren ver".